La Navidad de mis vecinos

23 de diciembre de 2007.



http://www.lanacion.com.ar/cultura/nota.asp?nota_id=973497

Tengo dos vecinos. Uno celebra la Navidad ruidosamente, casi escandalosamente. Invita a toneladas de amigos y tiende unas mesas pobladas de alimentos sofisticados y tentadores e infinitas botellas de champagne. Y su festejo sigue durante toda la noche. El otro la celebra a solas, en medio de una austeridad monástica (o que él supone monástica) y no come casi nada. Como no hace ruido, no sé en qué momento deja de festejar y se va a dormir.

El primero dice: el Niño Dios viene todos los años para que el mundo sea mejor, más alegre, más divertido, más luminoso. El otro dice: el Niño Dios viene para que aprendamos a privilegiar los dones del espíritu, para que nos iluminemos silenciosamente por dentro, para que el mundo sea un lugar en el que nos sintamos llamados a rezar y a honrar al Creador.

Mi vecino de un lado rinde culto al consumo, a la alegría, a la multitud; mi vecino del otro, rinde homenaje al hambre, a la soledad, al silencio. Yo estoy en el medio. No sé quién soy. No tengo demasiada identidad: tal vez, porque no puedo convertirme en vecino de mi mismo. Entonces, elijo rituales moderados: como sobriamente y lo mejor que puedo, rodeado de unas pocas personas de mi afecto, bebo moderadamente. Trato de diferenciarme -en suma- de esos dos extremistas que están a uno y otro lado de las paredes de mi casa. Me pregunto cuál de mis vecinos está más cerca del Señor. ¿Aquel que celebra su llegada con una fiesta estrepitosa y alegre o aquel que se impone una suerte de toque de queda y se priva de amigos y de toda expansión alimentaria y alcohólica?

De pronto se me ocurre una cosa: no hay una sola Navidad. Hay muchas navidades. La de mi vecino de un lado y la de mi vecino del otro. Y la mía, moderada, contenida. La Navidad no viene con una carta detallada y al uso de comportamientos y costumbres. La Navidad es la vida. Ni más ni menos que eso. La vida múltiple, infinita en sus posibilidades y variables. La vida que se hace nueva en cada uno de nosotros.

La Navidad es mi vecino expansivo y voraz. La Navidad es mi vecino sobrio y solitario. ¿Y yo? En la medida en que la Navidad es la vida de ellos es también la vida mía. No hay un único modo de vivir. Hay maneras, hay opciones, hay caminos. La gloria del Niño Dios es que viene para recorrerlos e iluminarlos todos al mismo tiempo. Es decir, para ser todas las vidas, todos los pulsos, todos los modos de creer y de volver a nacer. Para eso, justamente, viene Jesús. Para que seamos todas las vidas más allá del tiempo, de la historia y del espacio. Para que cada uno sea igual al otro, pero diferente, para que seamos iguales a nosotros mismos, pero iluminados por un nuevo resplandor. Que esta noche todos lleguemos a Belén. Y que todos seamos vecinos de nuestros vecinos, que es el mejor modo de reconocernos hijos de Dios.

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