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DERROTANDO EL DESALIENTO

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El desaliento, es como un pulpo que amenaza, que está ahí silente, esperando con sus tentáculos prestos para atraparnos, para robarnos la voluntad. Es un poderoso enemigo que acaba con cualquier individuo que no esté alerta, que no viva activo y motivado. El desgano, se origina cuando nos descalifican y nos inducen al fracaso, cuando nos dicen que no podemos lograr tal o cual cosa, o cuando nosotros mismos nos convertimos en los verdugos del propio ser, y apostamos a la desmotivación.

Es bien sabido, que todos, de una u otra manera hemos pasado alguna vez por estas situaciones. Es como si nos extrajeran el aire de nuestro globo personal, y poco a poco, como el crepúsculo de la tarde, pereciéramos sin defensa. Con Cada hecho nefasto, escollo, o supuesto fracaso, nos vamos “desinflando” y lentamente perdemos esa sobriedad, ese garbo que da la satisfacción del logro, y nos instalamos en los terrenos de la baja autoestima, de una manera tan patética que terminamos creyendo en las predicciones de los falsos oráculos: “Ese era tu destino” Y esto, no es una suerte. No se nace con estrellas o se viene a este mundo “estrellado”, sino más bien es cuestión de identificar las verdaderas causas que impiden alcanzar las metas para convertirnos en triunfadores.

De hecho, son muchos los motivos que originan el desaliento o desgaño: En primer lugar tenemos las limitaciones que nos imponen los demás desde su propia perspectiva. Los que miran a los otros a través de sus primitivas actitudes de escasez o fracasos. Son esos mísiles de desgaste y desmotivación que oportunamente son lanzados con las sentencias “no podrás hacerlo, es difícil, no es el momento, nacimos pobres, así es la vida, hay que conformarse” y otras frases no menos alentadoras.

Por otra parte, tenemos el miedo, ese temor que nos convierte en seres inseguros, que se origina por la ignorancia y el desconocimiento. Se alimenta de las actitudes de reserva y amilanamiento, las mismas que se fueron fortaleciendo desde la infancia, cuando nuestros padres o aquellas personas mayores con las cuales crecimos, cercenaban la virgen iniciativa, propia de un ser que actúa movido por la curiosidad y el deseo de comprender, al sumergirnos en un mar de prohibiciones y reglas: “no toques, no preguntes, no hables cuando lo hagan los mayores, cuidado lo rompes”, y otras por el estilo.

Es ese miedo que captamos desde muy pequeños cuando crecemos cerca de personas que nunca se atrevieron, que jamás desafiaron los caducos paradigmas, que se instalaron sedentariamente en parcelas de conformismos, que creyeron plenamente en la suerte de unos y las desdichas de los otros, que perpetuaron el modelo “los de arriba y los de abajo” esas son las personas que abanderan al desaliento, que lo consideran una herencia, un legado, incluso a sabiendas que el miedo paraliza, estanca, aliena y conduce al fracaso.

Afortunadamente, el mundo evoluciona. El ser humano cada vez más consciente de sus potencialidades está abocado a dejar atrás toda esa carga de conformismos y desalientos y se abre con optimismo a otra suerte de crecimiento y satisfacciones. Se desviste de esas capas que por años lo arroparon y limitaron sus capacidades. Ahora corre, busca, investiga y procura su felicidad, pues ha descubierto que es un ser capaz de lograrlo todo, si le pone la energía y la voluntad requerida para alcanzar sus propósitos. Reconoce que los cerebros y los corazones no distinguen de clases sociales, que las oportunidades existen si las sabemos buscar, pues hay
pers
nas que teniéndolo todo no hacen algo productivo y otras, sin tener absolutamente nada, se convierten en edificadores, en constructores del éxito. Siempre me he imaginado que cuando Dios creó a los hombres abrió sus manos y dijo: “hijos míos, vayan en busca de su felicidad” entonces unos corrieron a toda prisa, otros recogieron el paso, pues pensaban ¿para qué apurarse? y algunos se detuvieron en el camino, dado que se fatigaron antes de comenzar. Estos últimos son los creadores o pioneros del desaliento.

Es cierto, algunas personas logran sus propósitos con mayor rapidez o facilidad, pero eso no es razón para que desistamos de nuestros objetivos, porque aquello que logramos con esfuerzo, y sacrificio conlleva a inyectarnos una invalorable dosis de aliento.

En consecuencia, es perentorio que nos llenemos de alegría, confianza y seguridad. Derrotemos al temor y al desaliento. Resistamos las críticas, aprendamos de ellas para reconocer las debilidades particulares, Corramos a buscar esa felicidad que Dios nos encomendó. No esperemos a sentir pena por nosotros mismos, cuando al final de nuestros días tengamos que hacer un balance y los “debes” sean mucho mayores que los “haberes” en esa cuenta personal que es la vida propia.

Son infinitas las maneras de crecer, de dejar dignas huellas. No perdamos antes de empezar, no nos cansemos antes de comenzar a recorrer el camino.

FUENTE VIANNEY VALLENILLA
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